Sorpresas, regresos, idas y vueltas. Volví a la magia en un teatro de 500 butacas.
Podcast (noesnada): Reproducir en una nueva ventana
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358. gía
19:41 de un día martes. Terminé ya mis labores diarias y me siento a grabar este podcast. ¿En qué te han convertido? ¿Cuándo pasé a ser una persona que graba cuando termina sus labores diarias? ¿Cuándo pasé a hacer el podcast cuando puedo? Por ahí no fue tan buena idea que deje de ser diario, porque al no tener la obligación y ser un procrastinador siempre me encuentro una buena excusa para “mejor hacerlo mañana”. La principal es el verso de la calidad. Y digo “el verso” porque es un engaño perfecto: digo “no, es que si lo hago así apurado no va a salir bien”. Y seguramente me olvido las veces que durante dos años lo hice apurado. Pero como no tenía opción (porque yo no me daba opción) de no hacerlo lo hacía igual. Y casi siempre que yo creía que era un gran capítulo pasaba desapercibido y viceversa.
Hablé hace un rato con un amigo que tenía un trabajo de alta exposición y que hoy trabaja de otra cosa. Gran amigo mío hace muchos años, yo lo admiro mucho en esta “profesión de alta exposición” y fundamentalmente lo quiero mucho. Y hablando acerca de todo esto, y de trabajar y generar ingresos y los sueños y las realidades, me dijo “pero… ¿es que sabés qué pasa? Hay que aguantar la parada. Porque además de cierta manera eso también a uno lo ayuda, lo dignifica”. Y me encantó que use ese término para hablar de algo que hace, que no es lo que todo el mundo imagina que él hace o que debería hacer. Porque lo escuché sincero y porque, instantáneo, cerramos la conversación con “a mí no me tenés que explicar nada”. Y él me dijo “ya sé: yo te entiendo a vos y vos me entendés a mí”. Pero me gustó esa idea de lo digno por arriba de lo inevitable. Y de la dignidad como un valor superior al del brillo, al del ego y, fundamentalmente, al del éxito. Me gustó que yo sienta que eso también para nosotros es madurez: situar la dignidad por encima del éxito. Quizás porque nos desengañamos también de ese éxito. Es tan relativo el éxito que aún cuando lo tenés creés que no lo tenés.
Hablando de éxitos y de cartel creo que no hablamos de mi regreso a las tablas. Después de 18 años volví a subirme a un escenario. Hacer una rutina de humor y de mentalismo. Era soñado: con un amigo (al que también quiero mucho, que es muy generoso y que me invitó), en un lugar hermoso (un teatro histórico), en otro país… Claro, lo que por ahí yo no contaba era con que el cómico que había llenado ese teatro y al cual nosotros íbamos a telonear, no estaba al tanto de eso. Quizás eso explicaba por qué la prensa y la promoción era disociada. Y yo decía “pero qué raro si está este chabón que convoca tanto, ¿por qué no es todo un único cartel?”. Bueno, la respuesta era “tú tranquilo”. Y me la dice un amigo que de verdad quiere que yo esté tranquilo pero, claro, logra exactamente el efecto contrario: cada vez que me dice “tú tranquilo” yo sé que está el quilombo pidiendo permiso para entrar. Y eso me lo enteré a un día, a dos días de ir. Y entonces tuve que cambiar todo. Me causaba mucha ansiedad ver qué iba a hacer, después de 18 años, pero durante meses lo fui preparando, me fui amigando con esa idea de “bueno, basta de este síndrome del pelotudo”, y ya tenía todo listo. “Bueno, listo, es esto”. Todas las cosas nuevas que había preparado dije “no, no”. Volví a lo de siempre, dije “voy a empezar por un lugar seguro, por un lugar que no me requiera esfuerzo pensar si va a salir bien no va a salir mal, algo que ya está probado”. Claro: todo eso incluía a subir al escenario con una pizarra de 50 x 40. Y lo que le íbamos a decir a este señor, me enteré después, era “ya que estamos acá, si no te jode, vamos a subir a homenajearte…” y yo pensaba “menudo homenaje para un cómico que llena un teatro, qué después de tu show suban otros a hacer su material con tu público”. Es como… el homenaje en el infierno debe ser así. Y entonces dije “bueno, pará, pero yo no puedo caer a simular una improvisación”. A simular que se nos acaba de ocurrir subir al escenario a simular que “che, vinimos a darte un abrazo pero ya que estamos tiramos unos chistes”. ¡No puedo hacer todo eso con una pizarra de 50 x 40 bajo el brazo! Y entonces ¿qué hago? Y:
— Es un teatro
— ¿Y cuánta gente va a haber?
— 500
— No, de verdad decime cuántos van a haber
— 500
— No, boludo, no te estoy siendo la capacidad, te estoy diciendo cuántas entradas se vendieron
— ¡500!
Estás escuchando una persona que en 2004 hizo un espectáculo teatral en una sala de 36 butacas y regalando entradas no la llenaba. Imaginate 500. Ese fue mi último espectáculo teatral. 2004, sala “El Vitral”[1], hermoso. Dirigido por mi amigo Eduardo Calvo[2]. Claro, no teníamos un mango para promocionarlo y a nadie… ni sabían qué yo hacía y por qué hacía y no existía el internet. O mejor dicho: existía el internet pero no las redes para promocionar todo eso. Bueno, cambio el material: decido hacer un juego de mentalismo puro, donde arrojo un mazo de cartas con una bandita elástica a la plata y hago que una persona a distancia mire una carta, se la pase a otro, mire una carta, se la pase a otro, mire una carta… y las adivino. Perfecto, hermoso, juegazo: a mí me encanta hacerlo, a la gente le gustaba mucho; las veces que yo lo he hecho siempre… es un juego que siempre triunfó. Perfecto. Salgo a escena, me presentó, patatín, patatero, y digo “vamos a hacer algo que sea realmente fuera de mi control. Yo no quiero tocar nada, no quiero que piensen que esto se basa en habilidad de manos. Entonces lo que les voy a pedir es lo siguiente: tengo un mazo, cartas normales, diferentes, las mezclo adelante de ustedes, le pongo una gomita adelante de ustedes y se las tiro y alguien de ustedes lo va a agarrar, y va a mirar una carta y yo voy a estar de espaldas para que ya directamente no haya ninguna sospecha de nada”. Perfecto. Tiro el mazo, lo agarra el primero, claro: teatro de 500 personas adentro, teatro enorme, las luces te liquidan. Yo no veía quién lo tenía, quién no lo tenía, pero escuchaba a alguien (encima estando de espaldas) que tenía ese mazo. “Listo, perfecto, ¿la miraste? Te voy a pedir que se lo tires a otro espectador del otro lado de la platea”. Y ahí escucho “Uhhhh…”, y ahí yo dije “esto no me puede estar pasando”. Me di vuelta y veo a la gente muriéndose de la risa porque este chabón le había pegado con el mazo de cartas en la cabeza a uno, eso había roto la bandita elástica. En ese momento me acordé que cuando yo hacía ese juego hacía 18 años le ponía tres banditas elásticas y no una. Y vos dirás “¿Por qué no llevaste tres banditas elásticas?”. Porque llevé una puta pizarra, porque iba a hacer un efecto con una pizarra y me enteré el día anterior, estando ahí, que iba a tener que cambiar el repertorio. Entonces lo hice con una bandita elástica que me dieron ahí, que se rompió. Y entonces tuve que bajar corriendo del escenario y ponerme a juntar las cartas que se habían esparcido por cualquier lado. Y ahí directamente se me vino el mundo abajo. Hay que cambiar. Yo pensaba adivinar cuatro cartas, tres cartas, las que quisieran. Pero de repente ya no había más mazo. Ya ni siquiera sabía cuántas cartas tenía en la mano. Subí al escenario y si alguien que escucha esto es aficionado a la magia, sabrá en el brete en el que yo me encontraba en ese momento. Y me la jugué e hice lo más parecido que puede haber a una experiencia de adivinación sin red, sin colchón y sin bandita elástica. Acerté la carta y me fui muy contento. Y ahora tengo ganas de tener revancha, con más banditas elásticas, en algún lugar un poco más pequeño e idealmente sin tener que simular que pasé, ví luz y subí. Quizás sea en ese caso el día en que tenga que decir “esto que han visto No Es Nada”.
[1] http://www.teatroelvitral.com/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Calvo_(humorista)