El fin no siempre justifica los medios. Pero hay medios que no quieren nunca llegar al fin.
Una vez más hablo del mismo tema de siempre. Y mientras yo cada vez hago menos episodios la comunidad cada vez está más activa en t.me/noesnadapodcast y en el Cappuccino de No Es Nada. Un poco siento que no merezco que sean tan geniales.
Podcast (noesnada): Reproducir en una nueva ventana
9:30 de la noche. Todavía hace frío. Hace 2 días hizo calor, hoy llovió. Es una parte del año que nadie aclara qué es. Aparentemente es la primavera pero, no sé, será que para mí la primavera siempre fue en septiembre y una vez que empezaba septiembre yo ya me ponía el pantalón corto, tiraba la campera y me daba igual la temperatura que hiciera. Quizás lo que cambió no fue el clima: quizás soy yo.
Tuve que verlo. Tuve que verlo, tuve que sentirlo, tuve que vivirlo para entender que era una más de esas mentiras que uno se hace. Esta hiper-racionalización de qué es lo que podés y qué es lo que no, muchas veces necesita una cosa de los sentidos para darse cuenta si está acertada o está equivocada.
La escena era en la puerta del subte, en la boca. Claramente era un señor grande, una chica joven y una nena chica. Sin escuchar lo que decían, una vez más jugué a adivinar: ¿qué son?. Era fácil: el tipo era el padre. Pero también podía ser la pareja de la chica más grande, porque la chica grande tenía unos 20. No sería lo más normal, lo más lógico, pero podía ser. Pero en cuanto la abrazó me di cuenta que no: me di cuenta que era el padre. Y no necesité sonido para darme cuenta que la chica se estaba yendo. Hablaban en inglés: eso sí me di cuenta. Con lo cual mi teoría era que alguien volvió antes de sus vacaciones o, con lo que después me quedé, que una parte de la familia vivía en un país y otra parte en otro. Necesité verlo para entender que, contrariamente a lo que yo creía, no me lo bancaria. Claro, yo vengo envalentonado. Digo: si con Decidilo[1] pasé cumpleaños solo, cumpleaños de mi esposa solo, cumpleaños de mi hija solo, día del Padre solo. “A mí nada me impresiona”, decía yo, “nada me va a golpear porque nosotros somos una familia que no se rige por el calendario” y un montón de cosas que me digo para convencerme. Pero fue ver eso y decir “una cosa es que eso tenga que pasar”. Ahora, ¿propiciarlo? No, no, no. No podría. Porque aparte en la mirada de ese padre no vi la tristeza: vi la tristeza disfrazada de “acá no pasa nada”. Vi esa cara que ponemos los padres cuando mentimos con un fin noble (ponele). Vi esa cara que los padres le ponemos a los hijos cuando estamos mal y los hijos nos dicen “papá, ¿qué pasa?”. “Nada, nada, está todo bien”. “¿Pero seguro que está todo bien?”. “Sí, sí, no, esto que hicimos va a ser buenísimo para nosotros” y no tenés idea. Cuando vivís lejos de donde naciste, no hay modo en que alguna vez (ya ni te digo al año, ya ni te digo al mes), de que alguna vez en la semana no pases por esa situación de tener que hacer un semblante de “está todo bajo control: tengo clarísimo para dónde vamos” y por adentro decís “ojalá salga bien”.
Pero es que en este afán de no mentir (yo hace mucho que tengo ese objetivo en la vida: no mentir), ¿cómo encaja no preocupar a los demás? (¿Y no preocupar a los demás en demasía?). Es un dilema que creo que todos los padres enfrentamos. Tenés que criar niños valientes, tenés que criar niños que vayan al frente, tenés que criar niños que no se achiquen. Por supuesto que tengan emociones, por supuesto que sean vulnerables. Pero no es fácil. ¿Cuál es el límite de qué tan vulnerable te tenés que mostrar? Lo pienso cada vez que estoy por atrás. ¿Le ayuda a mi hija si me pregunta cómo estoy que le diga “para la mierda”? Yo creo que no. Pero tampoco le puedo decir “maravillosamente bien”.
En la cara de ese tipo vi un “está todo bien” -a la hija chiquita-. “Nosotros nos quedamos acá y no pasa nada” y en un segundo abrazo (casi como un bis en un teatro) que le dio a la grande que se iba, vi esa certidumbre, vi ese “pff, ¿cómo va a salir esto?”. Y la grande se iba haciendo de grande y se despedía con la mano. Ya le había dado un beso a su hermanita, ya le había dado un beso a su padre. Pero se iba como quien tampoco está tan convencido de irse. Insisto, tenían un acento inglés: algo me hace pensar que se pueden reunir muchas veces al año. Que no es imposible: está a €60, a €40, a €30 si lo sacás con tiempo. Pero tuve que verlo para entender que, a menos que no quede otra posibilidad, no voy a elegir yo vivir lejos de mi hija. Y eso te reordena, eso te alinea, porque empezás a relativizar un montón de otras cosas. Porque la pregunta que viene pegada a esa es “¿y quién te dice dónde es lo mejor?”, “¿y quién te dice cómo hacer para saber la que va?”. Eso creo que a los obsesivos es una cosa que nos saca vida. No me recupero nunca de saber y aceptar que en un camino que se bifurca solo voy a poder transitar una de esas calles. Porque yo sé que están las otras. Pero también sé que no hay modo de caminar más de una a la vez y que tengo que sacrificar esas que no voy a caminar. Pero me vuelve loco: que sepa que eso sucede no significa que lo acepte.
Hablando de mentiras y de cosas inesperadas: el Síndrome del Impostor[2] me está haciendo mucho ruido. Grabé tres veces episodio y no los publiqué. Siento que me inventé mi propia trampa, con eso de “cuando no tenga nada que decir no diré nada”. ¿Cómo hacía antes para decir algo todos los días? ¿Estará esto altura?. ¿O habré sido muy pretencioso con ese “cuando no tenga nada que decir no diré nada”?. ¿Habrá gente que ya borró este podcast?. ¿Habrá gente que lo está borrando ahora, diciendo “no te aguanto más”? Son todas cosas que yo no puedo saber ni decir. Lo único que sí puedo saber y sí puedo decir es que Banfield acaba de perder con Newell’s y estamos prácticamente fuera de la copa[3] y eso sí que No Es Nada.
[1] https://decidilo.com/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_del_impostor
[3] https://www.youtube.com/watch?v=xx7Y9lJDmIw